jueves, 16 de agosto de 2012


Fue en una plaza, rodeada de libros y ranas, donde un día te encontré.

Mi reloj no ocupaba su espacio y lo acariciaste.

Entonces supe que te había encontrado para conocerte.

Tomamos unas cervezas y el tímido gesto de un cojín llenó de ternura una tropical. Entonces quise que te atrevieras a lanzarlo.

Y, aunque tu no lo sepas, esa noche me acompañaste más allá de mi casa.

Un camino nos llevó a roces sin tacto, a sábanas de esperanza y a paredes pidiendo color.
Y se hizo de noche.

Entre confusiones toqué tu mano y nuestros labios se miraron.
Luego amaneció un abrazo. Y me dijo que te había conocido para quedarme a tu lado.

Y enamorarme quedaba enfrente, donde la sonrisa me llamaba a su encuentro.

Un domingo la noche no durmió y tocó en su puerta el amanecer.
La ciudad ahora era distinta; tomaba vida en forma de ribetes de fiesta.
Y crucé.

Uniéndome a las sonrisas, pintamos paredes, tiramos cojines, compartimos cervezas, paramos el reloj, cambiamos las sábanas y creamos vida. Vida con olor a tus ojos y miradas de tu piel.

Entonces te amé.

Y el café de las mañanas reclama siempre tu presencia.

Le he dicho que no se preocupe, que te cuidaré, que mis ojos velarán los tuyos mientras se me conceda el placer de observarlos. 

Y es que amarte ya no tiene regreso.  
Se queda a tu lado.


Ai shiteru kokoro                                                    
                                                                                                                                             Octubre 2008

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